En Oriente Medio, existe un riesgo real de que se abra un nuevo frente: el sábado pasado, Estados Unidos llevó a cabo incursiones masivas en Yemen, empezando por la capital, Saná, que provocaron la muerte de un total de 53 personas y heridas a otras 98, en su mayoría mujeres y niños. Los ataques, según Estados Unidos, tenían como objetivo eliminar a figuras destacadas de los rebeldes hutíes, las milicias chiítas aliadas con Irán. Y de hecho la reacción de los Pasdaran (Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica) no se hizo esperar: «Estamos listos para responder a cualquier ataque». En represalia, los hutíes atacaron el portaaviones estadounidense Truman, estacionado en el Mar Rojo para proteger a los buques mercantes, con numerosos misiles balísticos y de crucero, así como drones. «Los estadounidenses estarán sujetos a una prohibición de navegación mientras continúen su agresión», dijo el líder rebelde Abdumalik al-Houthi en un discurso televisado. Nuestra decisión sólo afectaba al enemigo israelí, pero ahora también incluye a Estados Unidos». En las últimas horas, los ataques estadounidenses se han intensificado nuevamente, alcanzando también una fábrica en la región occidental yemení de Hodeida y la cabina del Galaxy Leader, una nave capturada por los rebeldes hace un año. «Una agresión militar que constituye una flagrante violación de los principios fundamentales de la ONU y del derecho internacional», es el comentario oficial de Irán, que es probablemente el principal destinatario del mensaje estadounidense. Las tensiones en el Mar Rojo también estuvieron en el centro de la última llamada telefónica entre el Secretario de Estado estadounidense, Rubio, y el Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Lavrov. «Moderación y cese de todas las actividades militares», es, finalmente, el llamamiento lanzado al final de la jornada de ayer por el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, dirigido tanto a Estados Unidos como a los rebeldes yemeníes.
Roberta Barbi
