La devastación «empeora día a día». Sheku Jusu, de 36 años, es funcionario de la Autoridad Nacional de Áreas Protegidas (Npaa) de Sierra Leona, encargada de proteger la conservación de la biodiversidad y salvaguardar el entorno natural del país. Jusu es testigo de la destrucción del ecosistema de la selva tropical de Kambui por los buscadores de oro. No hay patrulla en la zona», revela el guarda forestal a la agencia Afp, «en la que no nos topemos con un nuevo yacimiento de prospección», abierto principalmente por la noche por mineros y madereros ilegales en la densa vegetación entre las 14.000 hectáreas de la reserva natural de las montañas Kambui, al este del país. Allí, en las fronteras de Guinea Conakry y Liberia, el subsuelo es rico en oro, diamantes y rutilo. En las orillas rocosas de los ríos de la zona, lo que se busca, sobre todo, es el metal dorado. En una tierra donde permanecen indelebles las heridas de la brutal guerra alimentada por las luchas por la conquista y el control de las minas de diamantes entre 1991 y 2002, con un balance estimado de entre 50.000 y 200.000 muertos, también se lucha hoy contra la deforestación. Las huellas de la excavación y la devastación son visibles por todas partes, denuncian los «rangers», un exiguo cuerpo de 62 guardas forestales que lidian a diario con multitud de árboles talados. Sierra Leona tiene uno de los índices de deforestación más altos del mundo, según el Environmental performance index, elaborado por las universidades estadounidenses de Yale y Columbia. Desde principios de siglo, informa Global forest watch, una plataforma que vigila los bosques en tiempo real, el país ha perdido más del 35% de su cubierta forestal total y el 14% de sus selvas tropicales, reservas de biodiversidad y reguladores del clima. En los últimos 15 años, Sierra Leona ha intensificado sus esfuerzos para proteger sus recursos naturales nacionales, entre otras cosas, mediante la creación del Npaa en 2012. Otra de las misiones de los guardas forestales es concienciar a las poblaciones locales. Sin embargo, los guardas desarmados tienen que vérselas a menudo con grupos de individuos armados con hachas y machetes. En un país clasificado entre los más pobres del mundo según el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, y donde a finales del año pasado 1,5 millones de personas de una población de 8 millones sufrían una grave inseguridad alimentaria, no sólo actúan sobre el terreno las bandas criminales, que también dirigen las actividades ilegales de extracción de oro y el tráfico relacionado con ellas en el extranjero, desde la República Democrática del Congo hasta Sudán. Mohamed, un estudiante de 23 años, fue sorprendido in fraganti por el personal de la Npaa, y explicó que empezó a trabajar como minero del oro hace dos años y no tuvo más remedio. Es un trabajo muy peligroso, pero -dice- tenemos que encontrar dinero para mantenernos». Ocurrió hace 30 años con los «diamantes de sangre», sigue ocurriendo hoy con el oro: lo que mueve a Mohamed es la idea de ganar dinero rápidamente para intentar salir de la pobreza cuanto antes, sin ver otra oportunidad. Pero el camino del joven llegó a su fin al pie de las montañas Kambui, junto con el de otro compañero. «Suelen entregarlos a la policía y enviarlos a la cárcel», explican los guardias.
Giada Aquilino