«Un millón y medio de niñas en Afganistán no tienen acceso a la escuela». Esta es la alarma lanzada por Catherine Russell, directora general de Unicef. Hoy, 14 de junio, de hecho, se cumplen mil días desde que se prohibió a las mujeres afganas ir a la escuela. «Un verdadero apartheid del género femenino», lo define Simona Lanzoni, vicepresidenta de la Fondazione Pangea Onlus, que explica las principales implicaciones de la falta de educación, haciendo hincapié en las graves condiciones en las que se ven obligadas a vivir las niñas afganas. Los talibanes -que volvieron al poder en agosto de 2021- prohibieron a las niñas afganas ir a la escuela más allá del sexto curso (que correspondería al último año de primaria). Una prohibición que más tarde, en marzo de 2023, se amplió al nivel secundario y a la universidad. Los dirigentes talibanes declararon que el acceso de las mujeres a la educación «sólo se restablecerá cuando el plan de estudios escolar se remodele totalmente siguiendo las líneas islámicas». Lanzoni sostiene que «mientras no haya igualdad de derechos de estudio entre hombres y mujeres en Afganistán, el gobierno talibán de facto no debe ser reconocido». La falta de educación tiene consecuencias perjudiciales en muchos sentidos. En términos de salud, puede provocar un deterioro físico y mental, así como retrasos en el desarrollo cognitivo y el crecimiento intelectual. Pero el impacto de la prohibición va mucho más allá de las propias niñas: contribuye a la crisis humanitaria, daña la economía y obstaculiza la trayectoria de desarrollo de Afganistán. La educación protege a las niñas de los matrimonios precoces y la desnutrición, y también refuerza su capacidad de resistencia ante las sequías, terremotos e inundaciones que suelen ser frecuentes en el país. «No dar la posibilidad de estudiar significa obligar a toda una población a vivir en la pobreza y la ignorancia», afirma el vicepresidente de Pangea, «las primeras perjudicadas serán las propias mujeres que, al no haber recibido educación, no podrán cuidar adecuadamente de sus hijos. Esta prohibición también tendrá un efecto perjudicial en las generaciones futuras. «La ausencia de educación genera pobreza», afirma Lanzoni, «una pobreza entendida no sólo como falta de conocimientos y saberes, sino también como falta de habilidades relacionales con el resto del mundo». El trabajo de Unicef en esta emergencia es constante y tenaz. «Seguimos esforzándonos por apoyar a las niñas afganas para facilitar su acceso a la escuela y a la educación», declaró la Directora Catherine Russell, «el esfuerzo es grande, pero también lo son los resultados». De hecho, hoy en día, la organización consigue garantizar el acceso a la escuela primaria a más de 2,7 millones de niños, formando a profesores y organizando cursos de educación para 600.000 menores (dos tercios de los cuales son niñas). «Insto a las autoridades internacionales a que tomen medidas para que todos en Afganistán, especialmente las niñas, puedan volver inmediatamente a la educación. Ningún país puede progresar si la mitad de su población se queda atrás», concluyó Russell.
Lavinia Sdoga